El mundo en una falange

Poca conciencia tenemos de las partes de nuestro cuerpo. Piense en este momento en el dedo gordo de su pie izquierdo, ¿lo siente? Piense ahora en cómo su ropa está rozando su espalda, ¿se había dado cuenta de cómo su camisa toca su espalda? O más bien, ¿de cómo ese roce le hace saber que su espalda existe, que está ahí y hace parte de usted? Probablemente en un ejercicio de meditación o de respiración consiente somos capaces de percibir cada parte de nuestro cuerpo, hay unos pequeños lugares que jamás se sienten, de los que no tenemos conciencia a menos que algo externo, como una caricia o un golpe nos hagan percibir su existencia. Por ejemplo, el huesito detrás de la oreja, las costillas, las falanges de los dedos. Pues bien, si no tenemos conciencia de nuestro cuerpo a diario, mucho menos la tenemos de la relación de cada una de esas piezas perfectamente acomodadas con el mundo.

El 29 de noviembre de 2020 fue un día bastante particular. Después de meses de no recorrer caminos rurales en bicicleta, cosa que me produce inmensa felicidad, decidí volver al alto del Vino, un reto para este cuerpo amañado a la cuarentena y desadaptado a los pedales en subida. De las cosas que más me gustan de montar bicicleta es la sensación de libertad que me produce, justo en esos momentos en los que el viento acompaña al cielo azul y al verde de las montañas sabaneras. Una sensación de bienestar me recorre y me hace despertar varios sentidos. A la vez, otra de las cosas que hacen que me guste andar en bici, o correr, es el despertar de esa conciencia sobre el propio cuerpo. Estos son deportes que ponen la mente en las piernas, en los pies, en los pulmones, en las manos, en el cuello y la espalda, hasta en las nalgas. La mente se ocupa de decirle al cuerpo que es capaz, que puede dar un poco más, y el resto de las cosas en el mundo desaparecen por largos momentos, porque estas actividades conectan inevitablemente la mente con el cuerpo. Así que ese día, cuando empecé a ver verde y a sentir viento sin esmog volvió la dicha. Y lo hice, subí el alto con toda su exigencia. De regreso, en medio de ese camino lejano a la ciudad, empezó una fracción de mi vida que se llama “sea más consiente de usted misma”, o algo así. Una caída tonta hizo que el maléolo lateral de mi peroné derecho se fracturara.

¡Ay! ¿Qué diablos pasó? Me preguntaba yo, ¿qué es este dolor? No entendía cómo, al caerme con una bicicleta que estaba quieta, podía haberme causado ese daño. Pues sí, me dijo el tobillo, me rompiste querida y vas a entender ahora lo que eso significa.

Ver la radiografía y dimensionar el tamaño de la fractura fue sorprendente. No, no era inmensa, todo lo contrario, era minúscula, un pellizco, una borona de hueso. Esa miga al parecer insignificante me había incapacitado por dos meses para actividades deportivas, me había bajado de los pedales, había hecho que me pusieran un yeso por cinco semanas y que no pudiera caminar ni apoyar el pie, me había causado un dolor que en cierto momento no pude soportar y me sacó lágrimas, me había obligado a detenerme una vez más, pero lo que más me dolía era que me había quitado autonomía.

Entonces empecé a darme cuenta de lo mucho que necesitamos muchas partes del cuerpo de las que no somos conscientes. Esta gota de fractura me cambió mi relación con el mundo, empecé a depender de otra persona para bañarme, para prepararme el café, para sentarme a trabajar, para ponerme la pijama, para recoger cualquier cosa que se me cayera al piso, para muchas actividades que no me daba cuenta que hacía hasta que no las pude hacer más.

Mi fractura me llevó al típico pensamiento de cuando algo se pudo evitar… Si no hubiera hecho, y si no hubiera esto, si no hubiera lo otro… Pero ya hubo, no hay nada que hacer más que concentrarse en recuperarse. Al mismo tiempo empecé a pensar en el “si hubiera…” ¿Qué tal si hubiera sido peor? ¿Qué tal si hubiera estado andando? ¿Qué tal si hubiera estado sola? ¿Y si me hubiera fracturado otro hueso? ¿Y si la fractura hubiera sido peor? Empecé a preguntarme cómo sería una situación realmente dura: la ruptura de un hueso como el fémur o la cadera, o la pérdida de un miembro o, peor aún, una parálisis, y en el último escaño, el estado vegetativo ¿Cómo es la relación de la mente con el cuerpo y del cuerpo con el mundo en una situación como esa?

Y se puede ir más allá, ¿cómo es la relación de la mente con el cuerpo durante el proceso de sanación? Si durante actividades deportivas como montar bicicleta o trotar la mente puede controlar al cuerpo, durante la sanación también debe ocurrir de forma similar. Hay estudios que muestran que el cuerpo influye en los estados mentales. Por ejemplo, cuando usted se sienta deprimido, intente ponerse un lápiz en la boca de tal manera que fuerce a su rostro a hacer el gesto de la sonrisa, dicen algunos psicólogos que eventualmente empezará a sentirse de mejor ánimo. De la misma manera, seguro que sí, la mente debería poder ayudar al cuerpo, así sea a la más mínima falange, a sanar. Con certeza ya el budismo lo descubrió hace años, la meditación, el mindfulness, la ciencia, pero uno no lo sabe hasta que no lo experimenta. Somos tan inconscientes de nuestro propio cuerpo que solo hasta que un accidente o una enfermedad nos voltean el mundo es que identificamos la importancia de cada pieza que nos compone. Pero también ocurre cuando, por ejemplo, corremos, cuando el zapato empieza a tallar el dedo meñique, cuando la rodilla empieza a gritar, cuando las piernas están pidiendo auxilio, cuando llevamos el cuerpo al límite nos encontramos con él.

Además de la enfermedad, o los deportes, otra forma de sentir realmente el cuerpo es el clima. La temperatura mínima que ha experimentado mi cuerpo es -17°. Ese es un frío que se mete en los huesos, que tiempla las manos, agua la nariz, reseca los ojos y que hace que no se sientan los pies. Entonces pasamos del no sentir inconsciente al no sentir consciente. Otra manera en que el cuerpo se siente en todas sus dimensiones. Una vez, en Islandia, sentí que estaba empezando a marearme por el frío, y luego, en otro lugar de ese país me metí a un pozo de aguas termales, fue pasar del frío extremo al calor en un segundo y del calor al frío en otro. Allí, en esos termales, pensaba lo ínfimos que somos, lo vulnerable que es el cuerpo humano y a la vez cuán perfecto puede ser.

El deporte, el frío, las enfermedades, las rupturas del esqueleto son formas de percibir el cuerpo y la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno. Otra cosa es cuando nos limita, y allí viene la mala pasada: la mente concentrada en la angustia de las limitaciones en vez de en la sanación. Supongo que hace parte del proceso. Sufrir, darse cuenta, perder autonomía e independencia, ponerse triste, juzgarse a uno mismo, sentir frustración. Y luego, cuando todo eso ya pasó por la mente, viene el momento de descubrir cómo el cuerpo también es sabio, cómo se cura a sí mismo, cómo se regenera y vuelve a ser funcional. Así como cuando una mujer tiene un parto y empieza a lactar a su bebé, todo su cuerpo se altera, y luego él solito se recupera, también para eso está hecho.

Ese 29 de noviembre de disfrute y también de dolor y cambio es mi forma de cerrar el 2020, un año sin lugar a duda, particular, en el que mi cuerpo ha sido el protagonista de este momento de mi historia. Y sí, con todo lo que ha pasado en el mundo, y con mi tobillo hablándome en la madrugada, he volteado la atención hacia mi organismo y he aprendido a percibir mejor el para qué de cada parte de él. Para bien o para mal, he aprendido a darme cuenta de que cada pequeña miga de mí puede ser todo mi yo, y a la vez, he encontrado que a pesar de lo que duele y de los impedimentos también hay muchas posibilidades, porque aprender a andar con un pie en el aire se vuelve una aventura en la que descubro cómo relacionarme con el mundo de forma diferente, y en la que entiendo que todo en mi cuerpo es importante, pero no infalible. Entro en una paradoja al entender que todo mi cuerpo soy yo, pero yo no soy todo mi cuerpo.


2 respuestashasta ahora.
  1. Ana Maria Quintero dice:

    Ecelente manera de mostranos como aprender a querernos y a querer cada rincon de nuestro curpo y la relacion con el espacio y los demas.. lo merjor: nos hace
    tomar conciencia de estas relaciones..y de lo valioso q es nuestto cuerpo y nuestro ser..Felicitaciones hija…

  2. Anita dice:

    Qué lindo Vanis.

    Sí, no somos conscientes de la relación entre nuestro cuerpo y mente. Pasamos tanto tiempo buscando algo externo que no miramos hacia dentro, hacia ese equilibrio natural entre cada célula de mi cuerpo.