Desaprender desde el corazón.
Creo que las luchas por los derechos humanos y la búsqueda de un mundo más digno nos competen a todos los humanos, incluso (aún más) si no son los nuestros los que están en jaque. Esta labor titánica no es tan fácil de aprender y practicar; implica momentos de desaprendizaje y experiencias que traigan nuevas formas de ver el mundo, y por supuesto, corazones cercanos que escolten los caminos.
Por eso, esta primera entrada de nuestro blog, agradece mi propio recorrer, pues me ha llevado a tener el gran privilegio de pensar y cuestionar; pero también honra a todos los demás árboles de esta fraga y de otras fragas que hacen parte de mi vida, por presentarse como un espacio seguro, sólido y propicio para florecer.
Particularmente, este primer agradecimiento es por nuestra ayuda mutua en reconocer y tratar de cambiar nuestros sesgos inconscientes (Acá una gran Ted Talk sobre el tema). En estos espacios de cariño recíproco, entre muchas de las cosas que nos han unido como viajes, paseos en bicicleta, playa, angustias, risas, cocinas, fiestas, clases …y la lista puede continuar… también nos hemos puesto a imaginar un mundo más amable, menos mezquino y donde haya lugar para todos. Eso ha traído conversaciones difíciles pero reveladoras.
Les voy a contar una historia. En junio de 2020, un episodio dolorosísimo de racismo llenó los titulares mundiales y reactivó en algunos espacios la conversación sobre este tema. En una de esas charlas entre amigos, uno de nosotros relató que en su lugar de trabajo (una ONG humanitaria en Holanda), las directivas habían contactado a todos los colaboradores de la organización de piel oscura (que además en su mayoría eran no-europeos) y los habían invitado a liderar la estrategia antirracista de la organización. Aparte de criticar el hecho de que las personas de raza negra no tienen absolutamente ningún deber de enseñar nada a los demás y de que existen relaciones de poder que hacen difícil la participación y un eventual cambio de roles, este episodio me tocó y me dejó muy pensativa.
Primero pensé que si esa idea hubiera surgido en el lugar donde ahora trabajo, yo hubiera sido la única persona que hubiese recibido tal “invitación”; eso de por sí ya dice mucho de lo difícil que es acceder a ciertos espacios. Luego recordé, gracias al espacio increíble que es el Institute of Social Studies (ISS), un lugar maravilloso en una esquina de La Haya donde tuvimos la fortuna de coincidir para pensar, que las categorizaciones sociales no ocurren en el vacío: la raza, el género y la clase crean sistemas que se sobreponen y afectan en conjunto los momentos de discriminación y las desventajas de las personas.
Y claro, ahí llegó la primera reflexión: la verdad es que aunque no he sentido ningún tipo de discriminación (por el contrario, recibo muestras de cariño y respeto frecuentes), esta vida actual que construyo lejos de lo conocido sí se siente como un espacio difícil, porque mi condición de mujer, joven, colombiana y de piel oscura (relativamente) se ve diferente a la mayoría de trayectorias de las personas con las que comparto el día a día. Quizás en parte eso explica las horas extra que ya son habituales y la aceptación de tareas que a veces exceden lo que una sola persona podría hacer en una jornada laboral… Creo que, inconscientemente, todos esos son esfuerzos adicionales para nivelarme en algo que aún es difuso e intentar demostrar que partimos de una misma línea, lo cual no es cierto.
Esta reflexión me llevó a recordar que una de esas amigas bellas que tengo hace un ejercicio con sus estudiantes y colegas al que llama “En el lugar del otro”. La idea central es apropiarse por un momento de distintas condiciones de vida, reflexionando sobre el acceso a los derechos humanos para así generar empatía que motive a luchar por cambiar la situación de muchas personas que no pueden dar pasos adelante en la escalera de la vida, porque cargan con condiciones de opresión que no se los permite. Estas reflexiones no sólo pasan por tener más presente la realidad y los diferentes barcos en los que cada uno pasa las tormentas, sino que también muchas veces implican un proceso de desaprender valores, creencias y actitudes que vamos adquiriendo con el paso del tiempo.
Hace algunos años yo daba muchas cosas por sentado y, sin quererlo, mi cabeza me llevaba a pensar que la mayoría comenzábamos en la misma línea, por lo que deberíamos movernos parecido. Eso llevaba a ponerme y ponerles a los demás “la vara muy alta”.
Con todos estos árboles majestuosos, verdes, frutales, sabios y cercanos que me rodean, hemos estado tejiendo nuestros entendimientos sobre la tierra y lo agrario, el desarrollo, el amor romántico, el racismo, el género, los modelos económicos, el feminismo, la protesta, la sexualidad, las decisiones, la libertad, las drogas, la espiritualidad, la política, la felicidad…en fin, la lista es larga. No tenemos respuestas, y quizás ni siquiera es importante encontrarlas, en mi caso, creo que la conclusión es que solo tengo el corazón más atento y la sensibilidad más despierta para dejar una huella más bonita en el mundo.
He tenido la oportunidad de hablar con muchas personas golpeadas por la guerra que aún esperan respuestas y que luchan para que el dolor del pasado no se repita. Cuando hablan de sus seres queridos que ya no están dicen que “recordar significa volver a pasar por el corazón”. Pienso ahora en qué significa desaprender: seguramente, entre muchas otras cosas, implica mirarse a los ojos para comprobar que todavía exista complicidad transformadora y agarrarse duro las manos para cuando las piedras del camino nos hagan tambalear. Y bueno, siguiendo la invitación a dejar volar las palabras que nos hace María Clara en su texto (acá el enlace al escrito de Mari), sigamos entrelazando las ramas de los árboles que hacen parte de esta selva diversa, sigamos recibiendo el sol y la lluvia que nos ayudan a crecer y sobre todo, sigamos cuestionando(nos); porque como leí alguna vez del periodista Walter Lippmann, “cuando todos piensan igual, nadie está pensando”.

Foto: Angélica Aparicio, agosto de 2020.
Gracias Angélica! Estas líneas tienen la transparencia que permite ver su mente y corazón, además de dejar abiertas las preguntas para que cuestionemos nuestra cotidianidad.
Es triste ver en su relato el sesgo oculto que guardamos frente a nuestra idea de estar separados de los otros por el color de la piel o del pasaporte. Debo reconocer que me resulta difícil ponerme en el lugar de aquellos que hicieron la «invitación» a sus colegas en Holanda (los de la amiga que sumercé refiere). Pero bueno, principio tienen las cosas…